Hoy por primera vez, conocí a más miembros
de la Orden, además de mi padre, mi tío y Laura. El tío Félix me llevó a
practicar tiro al blanco. Ya era hora de que me enseñaran algo de verdad
importante. No dudo de la relevancia de correr, pero es mucho más serio el
asunto del arma. Allí, en el campo de tiro al blanco, una propiedad clandestina
de la Orden, conocí a Lautaro y a Clara. Parecen buena gente. Deben serlo. La
Orden no acepta a cualquier clase de miembros.
Resulta que disparar no es tan difícil como
yo pensaba. Es todo cuestión de automaticidad. Una vez que memorizás el
mecanismo, sólo es cuestión de tener suerte. Según el tío, bastante suerte. Porque
dice que la cosa se complica cuando está tu vida de por medio, cuando apretar
el gatillo un segundo más tarde, te puedo costar muy caro.
No fue hasta que me dijo eso, que pensé en
mi propia vida. En qué pasaría con ella ahora, en qué pasaría con ella en el
futuro. ¿Vale la pena preocuparme por cosas como la facultad, un título
universitario o por formar una buena reputación en el trabajo? Quizás va siendo
hora de admitir que las cosas cambiaron. Y que lo hicieron para siempre. Va
siendo hora de admitir que no soy una mujer común y corriente.
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