Tuesday, November 6, 2012

3 de Agosto de 1979


Entendí a Lidia, entendí lo difícil que fue para ella tomar la decisión que tomó. Entiendo lo difícil que es abandonar a un hijo. Quizás jamás lo sepa, y si lo sabe quizás jamás lo comprenda. ¿Por qué habría de comprenderlo? No hay excusa que valga para dejar a un hijo, no hay nada que justifique desprenderte de lo más preciado que te da la vida. Siempre creí que cuando fuera madre, no sé, mi hijo me iba a dar el aliento y las ganas de vivir. Hoy descubrí que no soy capaz de darle ni siquiera un último abrazo.
Mis padres no van a conocer a su nieto. Mi hijo no va a conocer a sus padres.
Es lo mejor, sin importar cuánto me pudiera llegar a odiar a mi misma por esta decisión o cuánto me pudiera llegar a odiar él por haberlo dejado en la puerta de una casa cualquiera… Tengo que entender que es lo mejor.
Y como si fuera a llenar algo del enorme vacío que siento en el pecho, le dejé un sobre con dinero y una carta. No cometí el error que cometió Lidia de contarle la verdad. No, mi hijo no debe saberla. Sólo le pedí algo a las personas que habitan esa casa, las mismas personas que hoy deben estar intentando caer en la cuenta de que, sin siquiera pensarlo, son padres. Sé que van a serlo, los estuve observando y sé que no van a dejar que nada le pase a mi hijo. Les pedí que lo nombraran como siempre quise nombrar a mi hijo. Les pedí que lo nombraran Pablo.

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