Hablé con Mariano. Creí que era preferible
eso a hacerlo con mi padre. No quiero ni pensar en cuál sería su reacción si
supiese la verdad sobre Mariano. Y más aún, la verdad sobre qué hicieron los
Arcángeles durante el ritual.
Lo más sorprendente es que Mariano sabía
todo. Siempre supo su origen. Siempre supo sobre las dos Órdenes. En parte, eso
es bueno. Me ahorró el trabajo de tener que relatarle toda la historia y además
aceptó bastante bien que fuera parte de una de ellas.
Me dijo que su madre lo dejó en un hogar
adoptivo, para protegerlo de la guerra. Lo abandonó con una carta, una carta
que le debería ser entregada cuando cumpliera la mayoría de edad. Una carta que
le contaba toda la verdad, sumado a un consejo: “Corré”. Me dijo que no dudó en
obedecer la sugerencia. Simplemente tomó todas sus cosas y una noche
desapareció, sin dejar direcciones ni ningún otro dato. Creyó que para
conseguir un futuro, debía abandonar su pasado.
No puedo juzgarlo, no me animo ni quiero
hacerlo. Después de todo, ¿quién soy yo para criticarlo? No estoy mucho más
segura de querer pertenecer a este infierno. Ninguno de los dos escogimos esta
realidad.
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